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Para las chicas de primero de liceo, que un varón llegue al bachillerato basta como seña de admiración. Si opta después por sexto arquitectura, y anda con su tabla de dibujo, sex simbol. Si viene en moto, o oyen que toma clases de manejo, ya parece pornografía. Cuando llegan a tercero aún queda alguna inmadura fascinada con uno de sexto. Y cuando llegan a cuarto, si el liceo no contrató docentes, ni cantineros, ni fotocopiadores bonitos, las chicas se deprimen. Se fugan de la peor asignatura, corren a la puerta de la facultad más cercana, y miran con delirio a los futuros abogados. En la facultad sus preferidos ya visten formal. Sus hombres soñados dividen las horas entre el trabajo y las últimas materias para recibirse. Cuando la carrera universitaria de estas chicas se acerca a su fin, quedan algunas académicas que miran de reojo a los de posgrado. Cuando se reciben, si empiezan el posgrado, se van con el chico lindo del reparto, o se hacen religiosas, sólo para tantear si D`os les prestaría atención.