miércoles, mayo 30, 2007

La soledad de los sin lista


Tiempo de lectura: 65 seg.
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En la escuela tuviste un recreo feliz, en el que creíste ganar la amistad de la persona más popular de la clase. Pero, en el recreo siguiente, esa misma persona redactó despiadadamente la lista de compañeros para la cabaña del campamento generacional. Y en la cabaña entraban cinco. Y ni siquiera dijo que tú habrías ocupado el número seis. Tus sueños de popularidad al bombo. En la lista sólo cabían deportistas. Y dormiste en otra cabaña, con dos más que sobraron de la clase.
En el liceo tuviste una hora puente feliz, en la que creíste ganar la amistad de la persona más popular de la clase. Pero, cuando se sacó la bufanda, descubriste en su cuello un tercio de círculo de oro. Los otros dos tercios pendían de los cuellos de otras dos personas muy populares. Ese cuello ya estaba marcado, y contigo no tendría más que unas breves charlas.
Para tu casamiento cuidas incluir en la lista de invitados a quienes te incluyeron, o te incluirían. Y te alegras en la parte civil de la boda, no tanto por la unión con la persona que amas, como por la paz interna que te genera ver tu nombre junto a otro, para la eternidad.

martes, mayo 22, 2007

Los distractores del profeta


Tiempo de lectura: 20 seg.
Toda cita entre dos individuos ofrece doble vacante. Una, para el esperanzado. Otra, para el profeta. El profeta conoce la verdad de antemano. El profeta no quiere perder su tiempo. Y el esperanzado busca que el profeta pierda todo el tiempo posible.
En las citas que fracasarán, el esperanzado agencia de maligno: conoce la profecía, pero trata de torcerla a su favor. En las citas exitosas, el esperanzado maniobra al profeta para que por siempre espere.

martes, mayo 15, 2007

La primera orden es una súplica


Tiempo de lectura: 25 seg.

Tú aparentarás tanta autoridad como el mismísimo Luís XIV pero, cuando das una orden por primera vez, temes que nazca la revolución. Engañaste a todos para llegar hasta aquí, y hoy te arrepientes. Así que palmeas tu espalda, le rezas a tu propio cuerpo y quitas de la baraja de tus subordinados la carta “ignoren sus palabras”.

O acaso quieres que huelan tu miedo, tu adrenalina. No, finges total certeza de que tu voz tiene un destino. Porque ellos son perros y, si huelen que es posible, te morderán.

martes, mayo 08, 2007

La redundancia de los más honestos



Tiempo de lectura: 60 seg.
Un día creerás que apareció La persona indicada. No una, La. Superarás cualquier derrotismo, creerás que verá tus virtudes. Luego te armarás de valor (valiéndote de que la vida es una sola, para qué morir sin que sepa toda la verdad). Te pondrás en evidencia. Dirás la verdad casi como se te reveló. Creerás que cuando tus sentimientos son verdaderos no hay humillación, aun si el otro no corresponde (¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué creerás eso?).
La persona no dirá ni sí ni no, ni blanco ni negro (a La persona le encanta ser La persona). Con despiadada ambigüedad, te llenará de esperanzas. Y tú querrás, a las semanas, reiterarle tus sentimientos. Aunque ya se los dijiste, te preguntarás si, quién sabe, a lo mejor se olvidó de lo que sientes, pero igual te corresponde.
Pero decir más de una vez tus sentimientos, es peor que la humillación. Repetirlos, es redundancia.

martes, mayo 01, 2007

Tranquilidad ilusoria




Tiempo de lectura: 35 seg.

















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El fumador de porro diurno ridiculiza cualquier estrés. Ya su mirada adormecida ofende al estresado. No le importa. Con pasiva trasgresión, se echa en el pasto a mirar las nubes reblandecidamente. Al estresado le angustia recordar que se le vence algún plazo. Al fumador de porro diurno, no. Ni sabe que falló en el plazo. Y si los afectados lo llamaran al celular, para insultarlo, no contestaría. Se levanta, ve correr al estresado con unos sobres de manila y le dice algo como:


- Hola, qué flasheros tus sobres amarillos.
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Llegan los eventos sociales. El estresado finge reír con amigos. Se propone reír. El fumador de porro diurno, si recuerda asistir, agita en paz su palma derecha, a modo de saludo general, y de inmediato se va con dos más a fumarse otro al coche. Luego se echa una siesta, y deja los restitos de porro sobre la palanca de cambios.